Viajar al pasado , o viajar en el tiempo en general, ha sido una preocupación del ser humano por los siglos de los siglos.
Temática de películas y otras creaciones de ciencia ficción en reiteradas ocasiones, objeto de estudio de diversos campos de la Física y deseo de muchos de nosotros para cambiar algo de nuestro pasado que no termina de hacernos sentir orgullosos (reconócelo, volverías al pasado para evitar ponerte aquellos pantalones de campana).
Pues bien frente a todos estos esfuerzos de investigadores, guionistas y mentes pensantes, el artículo de hoy llega para solventar esta cuestión de un plumazo.
Efectivamente es posible viajar al pasado, pero lamento comunicarte que no vas a poder cambiar nada. También debes saber que no vas a conducir un Delorean, ni atravesarás agujeros de gusano, ni harás uso de cilindros rotatorios gigantescos o cuerdas cósmicas, o cualquier otra posibilidad de las que hablan las distintas teorías de viajes en el tiempo y que no he mirado en la Wikipedia…
Viajar al pasado es tan sencillo como ir a casa de tus padres, buscar los álbumes de fotos de tu infancia, sentarte en un sofá cómodo y empezar a recordar.
¿Que esperabas?, ¿magia? No amig@, no. Este método para viajar en el tiempo es tan sencillo como efectivo. Haz la prueba y me dices.
Y eso es lo que hemos hecho 10 bloggers de viajes, abrir nuestros álbumes y recordar nuestros primeros viajes, pero primeros primerísimos, cuando aún no éramos ni conscientes de la importancia que tendría viajar en nuestras vidas.
¿Qué vas a encontrar en este post?
- 1 Viajar al pasado es posible, si te atreves a recordar
- 1.1 Mi primer viaje, por José Luis, del blog «Adictos a los viajes«
- 1.2 Ámsterdam y La Haya (Países Bajos), por Alberto, del blog «Con un par de botas«
- 1.3 Los viajes de mi niñez, por Jose, del blog «El viaje me hizo a mí«
- 1.4 Verano del 96 en Cabo de Gata, por Patri, del blog «La Cosmopolilla«
- 1.5 Menorca. Agosto de 1990, por Marta, del blog «La Mochila de Mamá«
- 1.6 Mi primer recuerdo viajero, por Lucía, del blog «Los viajes de Claudia y Lucía«
- 1.7 Fui una rompehuevos, por Valen, del blog «Puentes en el aire«
- 1.8 Viaje a Filipinas, por Irene del blog «Tragaviajes«
- 1.9 Mónaco: Póker de Ases, por Eviña del blog «Una idea un viaje«
- 1.10 Los primeros viajes con humor, por Rafa, del blog «Viajes con Humor«
- 1.11 Hasta aquí nuestros 10 viajes al pasado . Si te ha gustado este artículo te agradezco que lo compartas en tus redes sociales y si tienes algún viaje al pasado que quisieras compartir con nosotros, te invito a dejarlo en los comentarios. ¡Nos vemos en el futuro!
- 1.12 ¿De viaje y sin seguro? ¡Verás cuando se entere tu madre!
Viajar al pasado es posible, si te atreves a recordar
Mi primer viaje, por José Luis, del blog «Adictos a los viajes«
Hace 20 años empezó todo. Fue un mes de diciembre de 1997. Ese día fue el primero que cogía un avión. Empezaba la adicción a los viajes. Quién me iba a decir por aquel entonces que esa emoción, mezcla de nerviosismo y expectación, la iba a sentir tantas veces después en mi vida.
Aquel avión me llevó a París desde Barcelona. Iba acompañado de mis primos y de mis tía-abuelas, un viaje familiar, uno de los pocos que desgraciadamente he hecho en mi vida.
Además de ir a la ciudad, fuimos a Disneyland, el paraíso de todo niño de 11 años. Uno de los mejores recuerdos que guardo es ver la energía y vitalidad de una de mis tías que, con 70 años se montaba en las atracciones “más fuertes”. ¡Menuda cara se les quedaba a los controladores de acceso!
Ámsterdam y La Haya (Países Bajos), por Alberto, del blog «Con un par de botas«
En mi familia siempre hemos tenido mucha tradición viajera, ya sea por trabajo o por placer, coincidió que desde que nací comencé a viajar a lo largo y ancho de la península a bordo de un carrito.
Con dos años tuve la suerte de experimentar mi primera salida al extranjero debido a un viaje de negocios de mi padre, algo que nos llevó a él, a mi madre y a mi a la capital de los Países Bajos.
Recuerdos no tengo ninguno, pero si anécdotas que se han contado en mi casa durante muchos años, como una carrera con mis padres (muertos de vergüenza) y el carrito a través del Barrio Rojo para intentar atajar y llegar antes a otro lugar.
Desde aquel viaje no he regresado jamás a esta ciudad, y creo que me encantaría volver a vivir junto a mi familia el re-descubrir las calles de Ámsterdam y La Haya, entre ellas la ciudad en miniatura de Madurodam, donde fue tomada la foto.
Los viajes de mi niñez, por Jose, del blog «El viaje me hizo a mí«
Los viajes de mi niñez más que un lugar en concreto me recuerdan un coche. El Opel Corsa de mi abuela, “el corsita”, con el que me recorrí casi toda España con mi padre y mis abuelos a principios de los 90.
Verano tras verano salíamos desde Málaga para visitar lugares como Galicia, Asturias, Cataluña, la zona de levante, Euskadi, Andorra, el sur de Francia o Portugal.
Para finalizar el viaje siempre íbamos a ver a la familia a Sigüenza en Guadalajara y pasábamos por Madrid antes de recorrer la A4 de vuelta a Málaga. Ese día solíamos parar a comer y a comprar berenjenas en Valdepeñas antes de enfilar las cerradas curvas de Despeñaperros por la antigua autovía.
Mi relación con “el corsita” continúa hasta la actualidad ya que lo utilizo habitualmente cuando voy a Málaga e incluso lo he llevado a Ciudad Real, por la provincia de Almería o Nerja durante el año 2015 antes de que nos comprásemos la furgo.
He sido un niño feliz sentado en el asiento trasero cuando la ley decía que no era necesario llevar el cinturón y he llevado pasajeros que han desconfiado un poco al montarse (supongo que por su antigüedad) tras contactar conmigo por Blablacar.
¡CORSITA FOREVER!
Verano del 96 en Cabo de Gata, por Patri, del blog «La Cosmopolilla«
Cómo olvidar aquel bonito verano en las aguas transparentes de Cabo de Gata con mi familia.
Entonces se podía llegar hasta Mónsul y Genoveses en coche o furgo y aparcar en la orilla, nada de acarrear con trastos. Las sillas de playa, la sandía, las neveras con las cervezas… Como buen veraneante que monta su chiringuito.
Echar competiciones corriendo a ver quién sube antes a la gran duna, ponerte roja la espalda haciendo snorkel entre pececitos y pulpos, que tu hermano pequeño te amargue las vacaciones tirando piedras a todos los guiris color langosta y tú tener que disculparte con un “I´m sorry” maldiciendo a la profe de inglés del instituto que no te enseñó fonética.
En fin, pero lo mejor de aquel verano fue la vuelta. Por supuesto, no estaba terminada la autovía y la nacional 340 se ponía peor que la cuesta de la Elvira en Semana Santa: ahí veías a todos los coches haciendo penitencia.
El motor del coche de mi padre se recalentó y nos quedamos tirados a la salida de un túnel durante horas… Y nos cenamos una lata de mejillones en la cuneta. Si es que ya las vacaciones no son como antes. Desde entonces voy todos los años a Cabo de Gata, ¡será que tan malo, tan malo… No fue!
Menorca. Agosto de 1990, por Marta, del blog «La Mochila de Mamá«
Durante 4 años seguidos pasamos las vacaciones de verano en Menorca. Esta preciosa isla mediterránea fue testigo de muchísimas anécdotas y recuerdos que han quedado grabados en nuestra memoria para siempre.
Aquel verano de 1990 sucedió la más épica de todas nuestras historias familiares. Después de que mis padres se dieran su homenaje anual de caldereta de langosta, mi hermano (2) y yo (6) les suplicamos alquilar una barquita para dar una vuelta. Una de esas lanchitas pequeñas a motor tan fáciles de utilizar.
Cedieron a nuestro capricho a pesar de que el cielo cada vez estaba más oscuro. “No se alejen mucho porque va a haber tormenta”, nos advirtió el barquero. “No se preocupe, no nos moveremos de la playa”, contestó mi padre.
Embarcamos en nuestra lanchita y al son de “Ron, ron, la botella de ron” comenzamos a surcar el mar Mediterráneo. Las olitas hacían saltar la lancha mientras mi hermano y yo con risa nerviosa nos agarrábamos a mi madre. Y entonces empezamos a jugar a un juego que nos encantaba: sacar de quicio a mi madre. ¿Quién no ha jugado a esto nunca?
Mi padre y yo parábamos la lancha mientras hacíamos creer a mi madre y a mi hermano que el motor no funcionaba. Mi madre se ponía nerviosa y nosotros volvíamos a arrancar la lancha. Y así estuvimos un buen rato hasta que de repente el motor nunca más arrancó.
La tormenta se nos echó encima, empezó a llover y mi hermano y yo nos abrazamos a mi madre llorando porque ya no eran olitas las que mecían la barca, si no olas enormes que parecía que nos iban a tragar. La situación ya no tenía gracia y no sé si me daba más miedo la tormenta o la bronca que nos iba a echar mi madre.
Mi padre empezó a remar hacia la orilla pero el oleaje era muy fuerte y no servía de nada. La marea nos acercó a un peñón donde había unos hombres. Nos echaron una cuerda y nos arrimaron hasta ellos. Nos vieron tan desamparados que se ofrecieron a llevarnos si esperábamos a que acabasen (no recuerdo que hacían ahí). Pero mi padre les dijo que no, que estábamos empapados y que solo necesitábamos volver a poner en marcha el motor.
Tras muchos intentos, consiguieron arrancar la lancha y pudimos llegar al embarcadero.
Cuando llegábamos a la orilla, el hombre que nos la alquiló salió en nuestra búsqueda. Nos dijo que estaba preocupadísimo y que había dado el aviso de que había una familia perdida en alta mar.
Por suerte todo quedó en un gran susto y ahora nos reímos al recordarlo, pero yo tengo ese día grabado a fuego en la memoria.
¿Qué cambiaría de este viaje? Pues seguramente no hubiera cogido la barca, pero entonces me habría quedado sin historia 😀
Mi primer recuerdo viajero, por Lucía, del blog «Los viajes de Claudia y Lucía«
Del primer viaje del que me acuerdo con nitidez es una escapada a Cabárceno, Cantabria, a la tiernísima edad de 6 años.
Como buena amante de El Rey León las playas de El Sardinero en Santander me interesaban más bien poco, porque el culmen del viaje era acariciar a algún león despistado o a un elefantillo solitario…
Y chicos, las películas Disney están muy bien, pero deberían advertir a los niños de asfalto que los animales salvajes no son tan buena gente como los hacen parecer.
Porque allí estaba yo, una niña urbanita, plantada frente a una avestruz (que no me parecía el animal más guay pero fue el único que se me acercó). Este pájaro, que destila mala leche acabó picoteandome.
Mi primer trance viajero-naturista me hizo recapacitar y comenzar a valorar el turismo de piedras, porque no se mueven, y tomarle el debido respeto a los avestruces, animales engañosos…
Fui una rompehuevos, por Valen, del blog «Puentes en el aire«
El primer viaje de mi vida que recuerdo fue a Galicia con unos 4 años.
Pasamos varios veranos afincados en la casa de unos amigos de toda la vida que además tenían una granja con gallinas, conejos, ovejas…
Era en Nigrán, una zona muy rural, verde y con unas playas espectaculares.
Lo que más me gustaba de ir allí era el contacto con la naturaleza, sobre todo teniendo en cuenta que vivía en Madrid el resto del año. De hecho, me gustaba mucho ayudar en las tareas granjeras del día a día, aunque con esos bracitos poco podía hacer…
Eso sí, siempre SIEMPRE siempre, cuando llegaba el momento de ir a recoger los huevos que dejaban las gallinas, siempre, pisaba alguno… Siempre.
Creo que no cambiaría nada, excepto que no me permitiría a mí misma ir a recolectar huevos.
Viaje a Filipinas, por Irene del blog «Tragaviajes«
Era agosto del año 1994. Aquella pequeña niña de tan sólo 9 años iba a realizar lo que todas las noches, antes de acostarse pedía, conocer a sus abuelos maternos de Filipinas.
Se estrenaba como viajera y además en compañía de sus padres, Marilou y Jose Antonio. Los tres muy emocionados iban a realizar su primer viaje transoceánico.
Irene novata como pasajera, en aquel avión enorme, de la compañía Cathay Pacific, iba ya más que ilusionada.
En aquel entonces internet no estaba tan a la orden del día como para poder comunicarse. Recuerdo que mis padres enviaron un telegrama, avisando de que en pocos días llegaríamos desde Manila a Ilocos Norte, tras muchas horas de viaje en autobús y paradas constantes.
De ese recorrido, recuerdo como desde mi ventana pude ver una plaga de langostas, y no marinas, sino de las que vuelan y tienen enormes patas. Mientras íbamos avanzando por la carretera, el pasajero de delante pidió permiso al conductor para sacar por la ventana un palo y un saco, y cazar así cuántas más pudiera. ¿Para qué? Pensé yo. Sorpresa: para luego cocinarlas y… ¡ comérselas! ¡arggg!
Llegamos a nuestro destino. La puerta del autobús se abrió. Justo enfrente de nosotros, una anciana encorvada barría el porche de su casa, bajé yo primero, mi madre detrás. Perla, como se llamaba esa señora, mi abuela, alzó la vista, tiró la escoba y corrió para fundirnos, a ambas, su hija y nieta, en un abrazo fuerte y cálido. Al recordarlo, se me eriza el vello, a la vez que las lágrimas recorren mis mejillas.
El telegrama llegó 3 días más tarde, cuando nosotros ya estábamos allí, todo se convirtió en una gran sorpresa. Mi abuelo, el dicharachero, no lo dudó, aquello merecía ser celebrado al lo grande. Ese día cocinó uno de sus cerdos e invitó a todo el pueblo a comer.
Cuánto echo de menos a mis abuelos…
De ese gran viaje, lo único que cambiaría y quitaría, el momento en el que me trasladaron a urgencias por una picadura de algún animal o lo que fuere, en la planta del pie. Precisé curas diarias durante todo el viaje. ¿ Qué añadiría a este viaje? Sin duda, muchos más días de estancia, y haber sabido hablar tagalo.
Mónaco: Póker de Ases, por Eviña del blog «Una idea un viaje«
Si alguna de mis historias es vergonzosa pero entrañable es ésta. Hablamos de 1999 y de los típicos chavales de excursión de fin de curso camino de Italia. De aquellas en mi pueblo no había tribus urbanas. Así que todos éramos deportistas: chándal va, chándal viene.
Y así, llegamos a Montecarlo, en Mónaco, símbolo del lujo y del derroche donde los haya. Hogar de príncipes y princesas ataviados con sus mejores galas. Gente de la alta sociedad y de la alta suciedad… Gente con millones para derrochar en los casinos con jugadas perfectas de póker. Póker de ases. Escalera de color.
Y además, nosotros, con nuestros chándales, tan dignos o más que los galanes de alrededor, bajando del autobús en manada abrumados por el destello de un Ferrari amarillo, ¡Sí, nena, sí! Directos al Ferrari, después, directos al casino y después directamente detenidos en la puerta: «¡No puedes pasar, llevas deportivas!» (y no llevas cara de niño rico :D).
Los primeros viajes con humor, por Rafa, del blog «Viajes con Humor«
Mis padres no se podrían definir como unos locos de los viajes (aunque ahora con la jubilación se me están viniendo arriba), pero tanto mi hermana como yo les debemos parte del gen viajero que compartimos, ya que nuestros primeros viajes son fruto de las merecidas vacaciones familiares.
Como digo, mis padres no han sido nunca de viajes estrambóticos, pero las vacaciones era algo sagrado que todos los años, desde que tengo uso de recuerdo, se respestaba, por lo que una escapadita a la playa, o a sierras cercanas como la de Cazorla, siempre acababa cayendo durante los meses estivales.
En los primeros años de mi vida, cuando era un tierno infante que cabía en cualquier sitio, esas escapadas a playa o montaña, se hacían casi siempre a un camping, lo cual a mi me encantaba, el poder dormir en una tienda como los indios, jugar con las linternas por la noche y dormir los cuatro en una tienda tipo canadiense (cuando descubrí las igloo mi mundo cambió), entre risas, ronquidos y peleas de espacio.
Lo que más me gustaba de ir en camping en familia era como me «asalvajaba» y no pasaba naaaaa.
Cuando crecí y ya no cabía en la parte final de la tienda donde se ponen las maletas, continuaron los viajes familiares y cambiamos el camping por los hoteles o apartamentos, ganando en comodidad, pero perdiendo en magia.
Ayyyyy que bonitas todas las historias a la vez que divertidas!!! Y las fotos ni te cuento…Enhorabuena por este post colaborativo tan original!!! ???
Muchas gracias Gloria! Has visto que cambiadines estamos todos??? jaja.
Un abrazoo
Muchas gracias por habernos tenido en cuenta para este post tan chulo, gracias a él nos has hecho recordar viajes que teníamos almacenados en nuestro cerebrín. Madre mía ,las fotos son megadivertidas y sus historias también, quiero montarme en ese corsa épico! Angustia con oleaje de Menorca, leía y menos mal que sabía que la historia tenía buen fin, pero que susto! Cuidadin con los avestruces, que bicho más traicionero, la lata de mejillones para cenar jajaja que rica y muy Top, recursos a tope. Menudo ferrari más chillón jajaja casaba bien seguro con los chandals XD, lástima que no hubiese vídeo de la competición del carrito, Alberto que monería de nene.Valen no te reconocería jajajaja, y a Luis menos aún( fan megafan) jajaja, y al autor, a parte de tierno, hubieras preferido haber sido liliputiense? Para entrar siempre en una tienda?jajaja Me ha encantado! muy buena idea! Un abrazote a todos!
Menudo resumen Irene! Muchas gracias por colaborar y por emocionarnos a todos con tu historia. ¡Que bonita eres!
Un beso grande!
Gracias Rafa por tenerme en cuenta para este post. La verdad es que disfruté mucho recordando aquellos viajes que hacíamos y me ha encantado leer las historias del resto y ver esas fotos tan divetidas en las que no conozco a la mitad…
Un abrazo
Gracias a ti figura! La historia del Corsa cambió la perspectiva inicial que tenía sobre este post, así que tu trabajo ha sido doble. ¡Corsita y Jose forever!
Un abrazooo
Bueno, sigue siendo una bonita forma de viajar al pasado! A veces nuestra mente hace mucho! 🙂 Me voy a pasar a cotillear los blogs de todos, a ver qué encuentro! 🙂
Saludos!
Hola Sofia! Muchas gracias por pasarte por aquí y dejar un comentario. Si quieres compartir con nosotros algún viaje al pasado, estás más que invitada a contarnos tu historia 😉
Un abrazo!